BIENVENIDOS A LA ISLA DE GILLIGAN

Cada vez menos bañistas y más contaminada

Por Víctor Liza Jaramillo
Fotos: Freddy Fiestas

Cuando el habitante del Callao, o incluso quien viene a sólo a visitar la Provincia Constitucional, llega al distrito de La Punta, se queda maravillado con el contraste que marca con respecto a los otros distritos chalacos. Uno camina por sus calles con total tranquilidad a cualquier hora; e incluso puede ver lo bien cuidadas que están las residencias, que datan la mayoría de finales del siglo XIX e inicios del XX.

A cinco soles noma…
Sin embargo, en el momento en que uno decide visitar la denominada “Isla de Gilligan”, una pequeñísima playa que está cerca del Malecón Wiesse, todo parece cobrar otro matiz. En el pasado, dicho paraje fue muy concurrido tanto por los bañistas chalacos como de otras partes de Lima. Sin embargo, la concurrencia ha disminuido, y se encuentra con una realidad completamente diferente a la que uno puede dar cuenta al caminar por las calles de La Punta. Prensa Chalaca pudo corroborar el estado de este lugar, dando una vuelta en canoa.

Para llegar a la “Isla de Gilligan” hay dos maneras de hacerlo. Una es por medio de unas canoas apostadas en una orilla cercana a las primeras cuadras de la avenida Buenos Aires. A unos metros del lugar está la Escuela Nacional de Marina Mercante. Para abordar uno de estos botes se precisa pagar de entre tres a cinco nuevos soles, y uno puede dar un paseo por las aguas de esta “poza” que por cierto, está rodeada a lo largo de toda la extensión sur del distrito de La Punta, de grandes rocas que parecen estar unidas por la geografía.

Una buena ensalada
La otra modalidad es para los más arriesgados, pero también misios, pues o no tienen el dinero para pagar la canoa, o simplemente prefieren ahorrarse unos soles. La idea es cruzar, desde la orilla, por un lado de la pequeña lagunita en el que el agua sólo llega como máximo hasta las rodillas, y así uno llega al bloque de rocas.

Por seguridad recorrimos el pequeño lago en canoa. Antes de partir, me percato que hay algunos bañistas, quienes parecen no inmutarse con algunos restos de papeles, bolsas de plásticos y otros desechos cerca de ellos. A medida que uno va avanzando, se aprecia en las orillas las algas completamente crecidas, tan grandes que parecen lechugas enormes. Le pregunto al remador del bote por qué están así; él me contesta que las han dejado crecer, y de vez en cuando la municipalidad debería hacer una limpieza para evitar de lleguen a tener ese tamaño. “Pueden servirme para la ensalada del almuerzo”, bromea el bronceado remador.